jueves, 5 de mayo de 2011

S/3.00


Me como las uñas. No atiendo a la clase. Mis pensamientos divagan entre aparentes palabras y situaciones. Probablemente sea la ultima vez que lo vea - me digo. Y sigo en esa constante rumiación mental. Tiemblo las piernas rápidamente como si se tratase de algún tic nervioso. Miro al profesor solo para que crea que le estoy prestando atención. Guardo mis cosas en la cartera mucho antes de que termine la clase. Saco constantemente el celular para fijarme la hora como si eso ayudara.

Es un miercoles 3 de noviembre. Son las 9:oo p.m. aproximadamente. Me dirijo a esa farmacia de la esquina del paradero 9 de la Av. Brasil. Ese lugar por el cual paso diariamente para llegar temprano a clases y abordar la primera carpeta de la fila pegada a la pared izquierda del salón. Aquel lugar que acordamos como punto de encuentro para nuestra "segunda cita".

No estoy tan nerviosa como es costumbre. Las manos no me tiemblan. No siento espasmos en el estomago. Ya no miro el celular a cada rato. Sin embargo los titubeos me siguen como si tratasen de traicionarme. Él, a pocos metros de mi, se acomoda el cabello. Puedo ver sus grandes pestañas intentar dirigirse al cielo mientras sus pupilas me buscan entre la multitud.

Me cuesta mirarle a los ojos. Su mirada me intimida, siento como si intentase hipnotizarme. Es que realmente tiene la mirada preciosa. Son sus pestañas; hacia a donde van, de donde vienen. Son sus ojos; la forma, el tamaño, el color. Es él y su singular modo de ser. Él y su estúpida creencia en el destino. Es él y el momento indicado en el cual reapareció.

Somos dos en un solo vehículo. Los dos sobre ruedas. Nunca aprendí a manejar bicicleta y mucho menos me atreví a intentarlo. Él me dice que no me preocupe que no me pasara nada. No soy yo quien maneja la bicicleta y no es que no confíe en el; es solo que quiero escuchar de su propia boca que el me cuidara pase lo que pase.

Es la típica escena de película. Ambos yendo contra el viento. Y él golpeando nuestro rostro. Creo que solo faltaría la hermosa pradera verde para completar esta escena. Trato que mi cabello, alborotado por el viento, no interrumpa su vista; aunque sea su propio cabello el que nuble su mirada.

En medio de la avenida. En el medio de la nada. Con dirección a algún lugar que aun no conozco. Cada vez a mas velocidad. Estamos al unísono y no hay ruido que nos detenga. Ni luces de transito, ni aquellas vehiculares. Cruzamos entre los carros, al borde del peligro. Siempre con la probabilidad de que algún loco se encuentre al volante en ese preciso momento y acabe con ese instante.

Seguimos el camino de largo. Sin curvas, ni esquinas que voltear. Pareciera que nuestra meta fuese acabar en aquel mar que apenas divisamos desde aquí. Le pido que me diga donde queda aquel lugar secreto pero me dice que espere que ya vamos a llegar. A estas alturas ya no importa tanto ese lugar. El camino ha sido tan magnifico y emocionante que terminemos donde terminemos, nada va a borrar todo lo que hasta este momento he vivido.

Llegamos al final de la avenida. Nos detenemos en el grifo que esta en una de las esquinas. Esquina izquierda, para ser mas precisa. Le pido que compre una cajetilla de cigarrillos. Desde hace varios días ando fumando diariamente. Parece que su retorno trajo consigo una adicción mas a mi lista.

El frió se va apropiando de mis sentidos y me pongo el saco negro que tanto me gusta mientras observo cada uno de sus pasos. Los que da para buscar ese paquete de cigarrillos que le pedí. Aquellos cigarrillos que noches atrás habíamos estado fumando toda la madrugada en aquel bar. Sale de la tienda y esbozo una sonrisa en mi rostro. Nuestra felicidad a solo s/3.00 ... y a unos cuantos pasos del lugar.

Mientras nos acercamos, mi cuerpo se va enfriando mas. Ya no sé si es por el frío o por el miedo que me invade cada vez que voy a tener frente a frente a ese inmenso mar. Estaba tan entretenida que había olvidado esa especie de fobia que le tengo. Y la cual jamas logre vencer por motivos que aún desconozco.

Puedo ver como me mira de manera amenazante sin siquiera tener ojos. Como me grita sin tener boca. Creo que las demasiadas películas apocalípticas terminaron por envenenar mi cerebro. Sin embargo no estoy sola y eso aplaca la incomodidad.

Deja la bicicleta a un lado y nos sentamos sobre el pasto. Se quita el chaleco y lo extiende sobre el pasto de manera que pueda colocar el ipod y los cigarrillos sobre él. Es inquietante tenerlo cerca y aun no sentir que tengo las agallas suficientes como para desatar mis brazos y abrazarlo. Y hacerlo hasta que ambos nos cansemos.

Uno al lado del otro, conversando de lo que fue y lo que sera. Y sin pensarlo tanto llego a la misma conclusión que tu.

"La primera vez siempre es la mas bonita"

La misma calle, el mismo bar

Me acerco a la puerta de aquel bar de antaño. Aquel lugar donde Lucybell se había presentado tantas veces. Decido dar una vuelta más por el lugar, al verlo parado con ese ya conocido rostro serio. Acomodo mi saco una y otra vez en mis brazos, como ya es de costumbre. Un signo de nerviosismo más en mi larga lista. Me acerco cada vez más y con una sonrisa a medias en el rostro, lo saludo. Le pregunto si había llegado hace mucho. A lo que responde que no. Miro el piso y mis zapatos mientras camino; y él pareciera pensar que más decir. Me pregunta si en el ICPNA me llamaban Yuri. Le respondo con un "aja" de manera cortante.

Llegamos a la puerta del otro bar. Saco mi billetera, retiro [slideshow]el dinero para pagar mi entrada. Le pregunto si tiene 20 soles. Me enseña su billete de 100 soles como si quisiera darme a entender que el pagaría la entrada. Entramos y veo a M. sentado en un rincón con un par de amigos. Recuerdo que al principio iba a ir con él a aquel bar. Lo saludo con un movimiento de mano y le digo que luego regreso. Nos sentamos alejados de los inmensos parlantes que adornan todo el lugar. Y empezamos a charlar. Primero sobre el lugar. Luego sobre él. Sobre su ex amiga. Sobre mi. Sobre nosotros.

Veo a mi sobrina que se acerca a preguntarme que deseo servirme. La saludo, nos ponemos a conversar sobre su mamá, sus hermanos y para variar, su gato. Todos bien, todos en paz. Llega mi hermano y la conversación se amplia. A los ya tocados temas, se suman mi mamá, mi gato, mi perro y mi papá. Risas. Fotos. Mas risas.

Le presento mi hermano a él. Se dan la mano y toman asiento. Vuelvo a dibujar una sonrisa en mi rostro, esta vez no es a medias. Empiezan a conversar sobre música, guitarristas, cantantes, grupos, mas guitarristas. Mi mirada parece una pelota de pimpom que va de derecha a izquierda. Traen la cerveza a la mesa y él me sirve un poco. La gente va y viene alrededor de nosotros. Enciendo mi lucky strike. Él sigue serio; pero ya me acostumbre a ello. Él enciende el suyo y seguimos conversando sobre lo primero que vemos en la pantalla gigante que tenemos en frente de nosotros. Me dice que no conoce mucho sobre esa música. Él escucha a Drexler y Paez; y yo también pero no pierdo de vista a Stone Temple Pilots y Nirvana. Él cree que los chanchos vuelan y yo creo que él cree en tonterías.

El alcohol va cobrando victimas. Soy la primera en morir, al parecer. Me pongo un poco mas hiperactiva. A él lo noto mas conversador. Llego a un punto en el cual no me importa lo que dice sino, como lo dice. Miro sus labios y no precisamente porque me gusten. Miro ese espacio que se forma entre sus labios al hablar. No siento nervios, ni mucho menos. Deben ser las pastillas que he estado tomando. Me atrevo a colocar mi mano sobre su rostro y llevarlo hacia el mío. Nos besamos, simplemente nos besamos.

Todo se atreve a continuar su curso en cámara lenta. Me pregunta por que lo hice. Yo no se que responder. Lo hice porque quise. Pienso en la textura de sus labios como si se tratara de una tela carisima. Pienso en su lengua danzando sobre la lengua mía. Pienso en que no debería seguir pensando; por el contrario debo maquillar esta situación antes que mi hermano saque las garras y me invite a abandonar el lugar con la vieja excusa de que es muy tarde.

Nos vemos el miércoles. Yo salgo a las 10:30 de la universidad y tu vives por allí. Podemos vernos a esa hora" - le digo desesperadamente sospechando la intención de mi hermano para irnos a casa. Me dice que si, que esta bien. Mi hermano me dice que ya debemos irnos. No le refuto nada y me paro. Él también lo hace. Él sabe bien lo que siento por él; yo, no exactamente. Él sabe que marcamos la misma hora y llevamos el mismo estigma ganado por los momentos de tristeza y melancolía. Él sabe que somos tan parecidos que casi no sabemos donde termino yo y empieza él.

El camino hacia la puerta se hace eterno a pesar de estar a cuatro de donde estábamos. Veo a mi hermano parado al costado del taxi, llamándome. Me despido de él con un beso que se darían un par de desconocidos. La distancia entre taxi y taxi se hace mas grande. Lo imagino sentado con la cabeza recostada sobre la ventana del auto. Me imagino sentada en el mismo auto recostada sobre la otra ventana. Abro los ojos y hago una conexión con la realidad. Estoy sentada recostada sobre la ventana; ventana que es de otro auto. No lo tengo a mi lado ni al frente ni detrás. Estoy en otro auto, en otra realidad. No pienso en los próximos días; solo pienso en que después de casi un lustro, mi estomago volvió a bailar. Pienso en las circunstancias tan singulares que me llevaron a estar en ese bar, en esa calle.

Coloco el cuerpo en mi cama y empiezo a soñar...